Hace unos días que regresamos Rubén y yo de un viaje por Marruecos y lo hemos pasado tan bien que he decidido escribir este artículo para poder compartir con todos vosotros nuestra experiencia.
Para entrar en Marruecos no se necesita visado para viajes menores de tres meses, por lo que no necesitas realizar trámites engorrosos, la empresa que organizaba el tour, puso a nuestra disposición un guía, Abdou, marroquí como podréis imaginar, que se encargó de explicarnos un sinfín de cosas sobre lo que íbamos visitando, algo totalmente recomendable ya que si vas sin guía te pierdes un montón de historias interesantes.
Marruecos es un país que me enamora, por sus colores, por sus aromas, por su gente, son muy tan amables, aunque si he de ser sincera algunos son un poco pesaditos. Pero hemos descubierto una palabra mágica “la”, que significa No, en árabe, solo con que pronuncies esta palabra, ya no te molestan más.
Hemos empezado el tour en Casablanca, quizá la ciudad que menos nos ha gustado, mucho tráfico, mucho ruido, mucha gente… aunque tiene la Mezquita de Hasan II, cayendo al mar, que es impresionante. Nos cuenta nuestro guía, que los marroquíes no están muy contentos con esta mezquita por su elevado coste, ya que toda la población fue obligada a pagar un impuesto para colaborar en su construcción, 350 dírhams (algo más de 31 €), mucho dinero para algunas familias con pocos recursos económicos.
Continuamos nuestro viaje hacia Rabat, ciudad costera y la capital de Marruecos. Pasamos por Meknes y Fes. Por cierto en Fes, tienen las famosas curtidoras de pieles, patrimonio intangible de la humanidad, pero mala suerte, están de reformas y no hemos podido apreciar su encanto. Aun que si hemos podido pasear por sus rincones, dentro de la medina, con su barrio de artesanos que da nombre a la ciudad.
De Fes a Merzouga, pasando por Midlet, donde hacemos una parada a ver los monos en libertad, que esperan a los turistas para que les den comida, se te suben al coche y posan para que les hagas fotos.
Llegamos a Merzouga donde nos esperan los dromedarios para llevarnos a través de las dunas a las haymas donde pasamos la noche para ver el “amanecer del desierto” no tengo palabras para describir esta sensación. Hay que vivirlo.
De vuelta a Marrakech, pasaremos por las Gargantas del Todra, el Valle del Dades, Skoura y Ouarzazate, visitando la kasbah Ait Ben Haddou, patrimonio de la Humanidad.
Llegamos a la ciudad roja, Marrakech, con su zoco en la medina, un laberinto de calles que parece que nunca encuentras la salida, su especial encanto hará que te traslades en el tiempo.
Trabajando duramente, están los artesanos, cosiendo sentados en sus pufs, preparando comida, en sus puestos ambulantes, tiendas llenas de luz, con sus típicas lámparas en bronce, su aroma que preparan con perfumes naturales… un placer para los sentidos.
Llegamos a la plaza de Djemaa El Fna, otra maravilla de Marruecos, en las mañanas un grandioso zoco y en la noche un mágico espectáculo. Aquí tienes que tomar un zumo de naranja natural, hay cantidad de puestos que te los preparan en el momento y están buenísimos, por sólo 4 dirhams (0,40 cts). Tienes que subir a la terraza de cualquier café que hay en la plaza para poder apreciar el ambiente desde otro punto de vista.
La comida, algo especial en Marruecos, yo creo que he probado de todo, usan muchas especies lo que da un sabor y un aroma único de este país. Son típicos sus “tagines”, los preparan de carne, de cordero, de cous-cous, vegetarianos… y de postre “orange a la canel”, riquísimo.
Ah y por supuesto no te puedes ir de Marraquech, sin antes pasar por un Hamman, aquí te harán sentir como “la princesa del desierto”.
Raquel Cartón.
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